Hay libros de los que no te das cuenta que te hablan del futuro, hasta que el futuro te alcanza. Libros tan absurdos, difíciles de leer y, a la vez, tan divertidos que te enganchan y te obligan a seguir hasta el final, aun intuyendo que no sacarás nada en claro cuando los termines.
Hablo de La broma infinita (Infinite Jest) de David Foster Wallace, un libro que leí hace unos diez años y que recuerdo me costó acabar, en parte por su extensión (más de mil páginas), su formato, con cientos de notas a pie de página que hay que leer sí o sí para no perder el hilo, las múltiples tramas, personajes y los saltos temporales. Se ha hablado mucho, muchísimo de este libro, ya que se considera una de las cien mejores novelas en lengua inglesa. Dudo que os descubra nada nuevo, pero sí me gustaría despertar vuestra curiosidad, porque es una lectura perfecta para verano.
Tiendo, y supongo que todos lo hacemos, por deformación profesional, a sacar conclusiones de cualquier libro, aunque se trate de ficción. Ideas que me ayuden a comprender mejor la práctica de mi oficio, la sociedad o el comportamiento de las personas con la tecnología. Aunque se trata de ficción y no de ciencia-ficción, esta novela anticipa y ayuda a comprender muchos de los males de nuestra sociedad actual. Tened en cuenta que se publicó en 1996, cuando Internet apenas era un bebé, y que le llevó cinco años escribirla, aunque las primeras ideas sobre la novela las esbozó a finales de los 80.
La broma infinita se enmarca en una distopía en la que Estados Unidos ha anexionado Canadá y México (empezad a pensar en analogías con la situación política actual), provocando la reacción de diversos movimientos separatistas. Uno de ellos es un grupo de asesinos discapacitados en silla de ruedas de Quebec. Este grupo ha descubierto que existe una película llamada La broma infinita que consigue que la gente se quede pegada al televisor, viéndola una y otra vez, renunciando a comer y beber hasta morir. Si lo trasladamos a nuestra realidad digital: redes sociales con scroll infinito, ¿me seguís?
Los quebequeses buscan el máster original de la película para copiarla y distribuirla por Estados Unidos, convencidos de que una sociedad orientada al consumismo no se resistirá a verla. Estados Unidos aparece como un país dispuesto a todo por el entretenimiento, que se dejaría arrastrar hasta la muerte de placer en sus cómodas casas. Aquí podemos ver un paralelismo con los algoritmos de recomendación en TikTok en Occidente versus los de China.
“Esto es lo que sucede cuando un pueblo no elige nada para amar por encima de cada uno de ellos mismos”.
David Foster Wallace es uno de los autores clave del final del milenio por su capacidad para radiografiar los males de la sociedad tardocapitalista y anticipar la actual sociedad digital. La película es el gran símbolo de la novela: representa un poder sutil que nos controla mediante nuestro egocentrismo y hedonismo. Wallace había sido adicto a muchas cosas (televisión, drogas, alcohol y sexo) y era muy consciente de su predisposición natural a la adicción. Pero también sabía que no se trataba únicamente de algo personal; pensaba en toda su generación: personas privilegiadas, que lo habían tenido todo, y aun así eran más tristes y abatidas que las generaciones anteriores.
En La broma infinita, Wallace anticipa fenómenos que hoy nos resultan familiares: los filtros de Instagram que generan inseguridad, el miedo a mostrarnos sin filtros, y la elección de entretenimiento a la carta, eliminando la televisión como espacio publicitario central. Lo que hace que los anunciantes se lancen a buscar otros espacios de patrocinio, incluso los más insólitos:
“Si existe el año del mono, ¿por qué no va a existir el año de la hamburguesa Whopper?”
Sin haceros más spoilers sobre la novela, hasta aquí mi recomendación de lectura. Un libro-ladrillo perfecto para el verano que os proporcionará muy buenos momentos, y algún que otro deja-vu.