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Notifica. Desplaza. Cierra. Repite…

3 Abr, 2019, por Sergio.

La interfaz de un teléfono inteligente es como un interruptor gigante, el cual siempre está activo. Vivimos constantemente con una pulsión irracional a desactivarlo.

Esta excitación no es intrínseca al uso del dispositivo, existen numerosas decisiones de diseño que han llevado a que nuestra relación con los móviles no sea del todo sana. Son muchas las personas que, saturadas por su uso cotidiano, se han visto obligadas a casi hackear las opciones por defecto que ofrecen los terminales (desactivando las notificaciones, activando opciones de accesibilidad como el modo en blanco y negro, reduciendo al mínimo el número de aplicaciones instaladas…) , todo ello con la intención de volver a recuperar sus cerebros, e incluso evitar lesiones articulares en las manos.

Pero… ¿Cómo empezó todo?¿Por qué los pioneros en el diseño de aplicaciones y sistemas operativos para móviles tomaron este tipo de decisiones?

La sopa infinita de Aza

Corre el año 2006, época dorada de los blogs. Por aquel tiempo la mejor forma de enterarse de las novedades en nuestros sites favoritos era mediante los agregadores de contenido (o lectores RSS), un programa que captura las fuentes de sindicación de los sitios web y muestra las novedades. Aún hay personas que los utilizan, pero no son muy populares. Por aquel entonces, la mayoría de ellos eran programas de escritorio que se tenían que descargar e instalar, con interfaces llenas de paneles, árboles jerárquicos con carpetas de contenido, barras de desplazamiento… en definitiva, una experiencia bastante tediosa.

Un joven Aza Raskin, que en aquella época trabajaba en Humanized, desarrolla junto con su equipo un nuevo paradigma para su lector RSS: el desplazamiento infinito, una funcionalidad que permite leer contenidos de forma continua sin necesidad de hacer ningún esfuerzo de navegación.

Raskin ideó este nuevo paradigma con toda su buena intención, para evitar que el usuario abandonase su línea de pensamiento cuando estaba leyendo, evitando así tener que romper el flujo de lectura para bucear por las carpetas y los menús de navegación.

Su creador se había inspirado en un popular experimento psicológico publicado un año antes: El tazón de sopa sin fondo, basado en la premisa de que si le das a alguien un tazón de sopa que se repone automáticamente en secreto, tomará más cantidad de la habitual. Los sujetos del experimento a pesar de haber consumido de media un 73% más de sopa de la capacidad del tazón, no tenían la sensación de haber  consumido más, ni se se sentían más saciados que aquellos que habían tomado una cantidad normal de sopa, simplemente por que no tenían señales visuales de que la sopa se había terminado.

Estos hallazgos eran consistentes con la sabiduría del refranero popular: “comer antes con los ojos que con el estómago”. Básicamente si ponemos mucha cantidad de comida en un plato, por reglas generales solemos aumentar la ingesta habitual, ya que esta influye en nuestras expectativas de consumo y reduce nuestro autocontrol. Al parecer las personas usamos los ojos para contar calorías, en lugar de la memoria de nuestros estómagos.

12 años más tarde, el mismo Raskin afirmaba en una entrevista para la BBC, que se sentía culpable de haber creado este patrón de interacción, ya que se había extendido como un estándar en la mayoría de las redes sociales. Muchos diseñadores, presionados por los objetivos económicos y modelos de negocio de las empresas, se habían visto obligados a inventar estratagemas para que la gente invierta más tiempo en las aplicaciones:

«Para obtener la próxima ronda de financiación, para aumentar el precio de las acciones… la cantidad de tiempo que la gente invierte en la aplicación tiene que aumentar. Entonces, cuando pones tanta presión en ese número, empiezas a inventar nuevas formas de que la gente se quede enganchada”.

De la misma forma que pasa con la comida, el uso del patrón de desplazamiento infinito para cargar contenidos irrelevantes, llevó este problema del estómago a nuestro cerebro, saturando nuestras mentes con más información de la que podemos asimilar.

Las señales visuales pueden llevar a una persona a subestimar o sobreestimar las cantidades de consumo, ya sea de comida o de información basura. Eliminando elementos referenciales de las interfaces como la barra de desplazamiento, la paginación, o las marcas de página de la  última visita, estamos engañando a las personas, haciéndolas perder su capacidad de control y rompiendo uno de los modelos mentales más básicos que existen: la concepción de que las cosas suelen tener un límite o una capacidad.

El problema es que este patrón de interacción ha contribuido a generar comportamientos adictivos, no le damos tiempo a nuestro cerebro a asimilar la información, simplemente continuamos desplazándonos de forma compulsiva, cargando así nuevo contenido. Aunque el desplazamiento infinito esté pensado para la serendipia en contextos de uso de ocio (explorar un catálogo de películas o una galería de imágenes), a las personas no nos gusta dejar las cosas a medias, nos sentimos incómodos cuando empezamos algo y no lo terminamos.

Dejar una tarea a medias nos suele generar una cierta preocupación. Al completarla se libera esta tensión y nos sentimos aliviados, generando un cierto bienestar. Realizar una lectura en diagonal de un contenido, comprobar su tamaño para sopesar nuestro esfuerzo y, de alguna forma, verificar o llegar hasta el final de la página, nos libera de esa pequeña tarea que nos hemos auto-impuesto.

¿Pero por qué nos inquieta tanto esto?

La memoria del camarero de Bliuma

Los camareros profesionales tienen una capacidad increíble para recordar pedidos de diferentes mesas por muy complejos que sean, siendo capaces de entregarlos a la persona correspondiente. Esta capacidad llamó la atención de la psicóloga de la Gestalt y psiquiatra soviética Bliuma Zeigárnik, quien a mediados de la década de 1920s, después de observar en una terraza a un camarero que era capaz  de retener en su cabeza varios pedidos mientras la mesas no estaban servidas.

Esta virtud no parecía tener mucha relación con un esfuerzo mental sostenido, sino más bien con la capacidad de mantener estas tareas incompletas en la memoria a corto plazo. A medida que se generaban más pedidos y estos no eran servidos o pagados, los camareros parecían sentirse irritados.

La doctora Zeigarnik intentó reproducir esta hipótesis realizando experimentos en su laboratorio de la Universidad de Berlín, bajo la supervisión de Lev Vygotsky. Durante el estudio, se les pidió a los participantes que realizaran varias tareas o puzzles, algunos de ellos eran interrumpidos a mitad de los ejercicios y se les solicitaba empezar a trabajar en otras tareas, lo cual alteraba bastante a los participantes. Cuando en la entrevista final se les solicitaba a los sujetos recordar qué tareas habían realizado, Zeigarnik concluyó que las personas que no habían finalizado tareas, además de estar más inquietas, tenían más capacidad para recordarlas con más detalle que aquellas a las cuales se les había permitido completarlas.

Cuando tenemos varias cosas que recordar en nuestra memoria a corto plazo (listas de la compra, pedidos, números para hacer operaciones…), tenemos que enumerarlas continuamente para retenerlas en nuestra mente, de lo contrario desaparecerían. Esto requiere mucho esfuerzo mental, que naturalmente se incrementa cuanto mayor es el listado. Nuestro cerebro tiende a recordar solo aquellas tareas que están incompletas, de lo contrario nos volveríamos locos reteniendo detalles intrascentales.

Además esta inquietud puede mantenerse durante un período más largo, un fin de semana o incluso unas vacaciones, ya que nos solemos preocupar por aquellas cosas que no hemos conseguido cerrar.

Los guionistas de televisión saben utilizar muy bien esta debilidad psicológica, es el denominado efecto cliffhanger, y la principal razón por la cual la mayoría de la población del primer mundo esté enganchada a la series de televisión. En diseño de interacción se suele utilizar este efecto mediante la inclusión de barras de progreso, pasos, listas de tareas… elementos visuales incompletos que nos incitan a continuar con un proceso.

Recuérdame

Hasta la llegada de los motores de búsqueda como Google y más tarde de los teléfonos inteligentes, las personas solíamos utilizar de forma más intensiva los objetos físicos para evocar nuestra memoria externa, una memoria que utiliza señales del entorno para ayudarnos a recordar: Listas de la compra sujetadas por imanes en la nevera, apuntes de clase, libros que nos evocan ideas…

Pero ahora esta memoria externa no es gestionada por nosotros, hemos delegado estas capacidades a la tecnología, olvidando toda la información que creemos irrelevante, teniendo la certeza de que siempre que necesitemos algo estará disponible en los motores de búsqueda como Google, y que en todo caso, llegado el momento, ya recibiremos una alerta recordándonos que es hora de ir a buscar a nuestros hijos a la escuela.

Pero en todo caso, estas notificaciones, si nos recuerdan tareas relevantes, suelen ser útiles para nuestro día a día, o al menos esto era así en los inicios de los teléfonos inteligentes. Cuando Apple lanzó el iPhone, en la primera versión de iOS de 2007, las notificaciones sólo se ofrecían en las aplicaciones de productividad propias del sistema, básicamente se limitaban a los mensajes de texto, las llamadas perdidas y los nuevos correos electrónicos. Tuvieron que pasar 2 años para que las notificaciones push se ofrecieran a las aplicaciones de terceros, abriendo la caja de pandora a una cacofonía de notificaciones e inaugurando la era de la economía de la atención.

Nuestro sistema nervioso está optimizado para percibir cambios en el entorno y reaccionar en milésimas de segundo, es un mecanismo natural de defensa fruto de millones de años de evolución, que compartimos con el resto del mundo animal. Pero a diferencia de la sopa de Aza, este tiene un límite, y se puede llegar a saturar por exceso de estímulos, generando hipersensibilidad o incluso anestesia, como mecanismo de defensa.

Además, lo curioso es que, por mucho que seamos conscientes de estos mecanismos…

Nos cuesta mucho evitar estas trampas.

 

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